El pensamiento de cada época se
ve reflejado en sus producciones culturales. Filosofía, Arquitectura, Arte,
Literatura y Música son representaciones de un momento determinado de la
Historia que acaban por convertirse en retrato fiel del sentir colectivo.
De esta manera, los cambios
profundos que transforman la sociedad inevitablemente se traducen en nuevos
movimientos culturales que se adaptan a las nuevas circunstancias. Tras los
años de posguerra y de crisis social, política y económica era de esperar que
la década de los 50 y los 60 trajera consigo transformaciones en todos los
niveles culturales.
Un nuevo pensamiento, el
existencialismo, había puesto el foco de atención en el ser humano y en el
significado de su vida. Esta corriente filosófica sostenía, en la obra de Jean
Paul Sartre, la libertad del hombre y la responsabilidad de sus actos. Lo que
determinaba al individuo no era su naturaleza sino sus circunstancias, es decir,
cómo actuaba y lo que era capaz de conseguir dentro de las restricciones de sus propias
posibilidades.
Man is the way he is made, but
the point is what does he make of the way he is made Jean Paul Sartre
En torno a la figura del hombre y
al sentido de su existencia giraron las obras de escritores como Kafka o Albert
Camus y de cineastas como Ingmar Bergman. En Arquitectura surgieron las ideas,
más humanizadas, del Team X sobre la organización de la ciudad desde las
relaciones sociales. El grupo formado por los Smithson, Van Eyck, Jacob Bakema,
Georges Candilis, Shadrach Woods, John Voelcker y William y Jill Howell
planteaban un trazado más complejo de los núcleos urbanos basado en los grados de asociación, con el objetivo de lograr un sentimiento de pertenencia y de identidad con el barrio y la ciudad.
Diagrama de las escalas de asociación, 1956, Alison y Peter Smithson
Dentro de la propia filosofía, el
existencialismo dio lugar a otra corriente de pensamiento, el estructuralismo,
liderado por Claude Lévi-Strauss.
Este movimiento tomó como
referencia los estudios del lingüista Ferdinand de Saussure sobre la distinción
entre langue y parole, lenguaje y habla. El lenguaje, la estructura por
excelencia, nos permite expresar todo lo que puede ser comunicado verbalmente a
partir de unas simples reglas. El habla, que sería el uso particular que cada
uno hace del lenguaje, es posible gracias, precisamente, a esas reglas que la
limitan y, paradójicamente, debe a esas normas su libertad de uso.
El antropólogo Lévi-Strauss extendió
esta idea a la imagen del individuo cuyas posibilidades son constantes y fijas.
A través del estudio de los mitos y leyendas observó temas recurrentes a todos
los pueblos y llegó a la conclusión de que a través de la aplicación de unas
reglas de transformación se conseguía un alto grado de correspondencia en la
estructura general. Es decir, los patrones de comportamiento de las diferentes
culturas eran transformaciones unos de otros. Aunque diferentes, la relación
con respecto a su propio sistema sería, en principio, constante.
In the same way, if you compare
a photograph and its negative –even though the two images are different- you
will find that the relationships between the component parts remain the same. Michel Foucault
El ser humano estaba limitado
por unas reglas que se repetían en todas las culturas. Lo realmente importante
era cómo se amoldaba el hombre a esas reglas para actuar libremente. El resultado de
esa libertad eran las diferentes culturas, transformaciones unas de otras,
diferentes versiones de un mismo juego.
Del mismo modo, Noam Chomsky,
lingüista americano, comparó los diferentes idiomas de una manera similar a
cómo Strauss comparó los mitos, y concluyó que tenía que existir una habilidad
lingüística común a todos los hombres. Tomando como punto de partida una
gramática generativa descubrió una suerte de patrón subyacente con el que se
podían trazar todos los lenguajes y que demostraría esa habilidad innata.
Diferentes idiomas, como los diferentes modos de comportamiento, podrían
entenderse como transformaciones unos de otros, es decir, distintas
posibilidades dentro de un mismo sistema.
En Arquitectura, estas ideas podrían llevar a pensar que la creación de formas y organizaciones
espaciales en diferentes lugares se debería a una habilidad innata en todos
los hombres para llegar a diferentes interpretaciones de esencialmente las
mismas formas arquitectónicas.
Todas estas teorías se reflejaron
particularmente en las ideas de Aldo Van Eyck sobre cómo debía ser la
arquitectura y encontraron su mayor desarrollo en la obra de su discípulo
Herman Hertzberger. Ya en 1959 en su ponencia en el congreso de Otterlo, Van
Eyck declaró su interés por la naturaleza intemporal del ser humano:
El ser humano es esencialmente
el mismo, siempre y en todo lugar. Tiene la misma capacidad mental aunque la
use de manera diferente según su origen social y cultural, y según el
particular modo de vida del que resulte formar parte. Los arquitectos modernos
han insistido continuamente en lo distinta que es nuestra época hasta el punto
de que incluso ellos han perdido el contacto con lo que no es distinto, con lo
que es siempre esencialmente igual.
BY US FOR US Diagrama presentado por Van Eyck en Otterlo, 1959.
En su proyecto del hogar infantil
de Amsterdam reflejó su interés por las transiciones entre lo que él
consideraba conceptos
idénticos y
universales: interior frente a exterior,
casa frente a ciudad. En esta escuela Van Eyck puso de manifiesto su concepto de
claridad laberíntica mediante una secuencia interconectada de unidades
familiares abovedadas, unidas todas bajo una cubierta única. Esta
claridad
laberíntica podía entenderse como la aplicación en Arquitectura de ese
concepto unificador que hablaba sobre la condición invariable del ser humano.
Orfanato Municipal de Amsterdam 1955-1960, Aldo Van Eyck
Todas estas ideas fueron
desarrolladas también en la obra de Herman Hertzberger, donde la influencia del
estructuralismo se hace todavía más evidente.
Según Hertzberger, la forma de
los edificios constituiría su parte variable e interpretable, el elemento
transformable que configuraría los espacios, pudiendo ser adaptado
a funciones diferentes. Es decir, una forma no tendría necesariamente que
responder a una única función. La forma y el uso están estrechamente
relacionados pero se influencian mutuamente. Es lo mismo que ocurriría entre la
colectividad y la interpretación individual.
Hertzberger explica este concepto
comparándolo con el lenguaje y el habla, con las nociones anteriormente citadas
de langue y parole. El habla es una interpretación individual del lenguaje.
Sin embargo, el lenguaje es a su vez influenciado por lo que a menudo se habla
y, por tanto, cambia bajo esa constante influencia. El lenguaje no solo
determina el habla sino que es determinado al mismo tiempo por ella.
Esto llevaría a pensar en un
espacio interpretable en el que forma y función e individualidad y colectividad
se interrelacionasen.
Ahora bien, si la forma es
interpretable, debe existir un elemento ordenado y constante que dé unidad al
edificio. Este elemento es la estructura.
De esta manera, el proyecto
implicaría el diseño de una estructura constante e inalterable programada para
acomodar todas las actividades que se requieran. La unidad resultante se debe a
la estructura, entendida como patrón fijo que permite la variación de las
distintas partes que componen el edificio para adecuar la máxima variabilidad
de usos. Estas partes acaban por
ser transformaciones unas de otras, fácilmente modificables en base a los
requerimientos del programa. A pesar de las variaciones, la relación entre las
distintas partes (de un modo similar a lo que ocurre en las culturas y el
lenguaje) es la misma dentro del sistema, gracias precisamente a la estructura.
A la luz del estructuralismo lenguaje, comportamiento y arquitectura podrían ser entendidos como sistemas
regidos por una estructura subyacente (tangible, en el caso de la arquitectura)
que limita y a la vez permite su libertad.
La aparente paradoja entre rigor y libertad puede
entenderse fácilmente con la comparación que hace Hertzberger con el juego del
ajedrez. Aunque sujetos a un sencillo conjunto de reglas que gobiernan el
movimiento de las piezas, los buenos jugadores son capaces de crear una
infinita variedad de posibilidades. Cuanto mejor sea el jugador, más rico es el
juego y a base de la experiencia se crean sub-reglas que influyen en las normas
oficiales y contribuyen a regular el sistema. Las normas iniciales, mejoradas
por los jugadores experimentados, no restringen la libertad, sino que más bien
la crean.
Los patrones y las
interpretaciones se influyen mutuamente mejorando el sistema.